A
principios de febrero visitamos la ciudad de Salto, Uruguay. La incluimos en el
itinerario del viaje con el deseo de conocer la zona donde nació y creció
Horacio Quiroga. A este motivo inicial se le sumó otro, inesperado y
contingente: recorrer la represa de Salto, cuyas aguas liberadas habían
generado la gran crecida que en ese momento afectaba toda la ribera del río
Uruguay. Pocos días después de visitar Salto, empiezo a escuchar que viene
sonando otro río con noticias sobre la crisis editorial que pone en riesgo la
publicación de la casi centenaria revista Billiken,
espacio en el cual Quiroga publicó una serie de relatos para niños. Esta
entrada está destinada a navegar hacia esos textos menos conocidos del escritor
salteño.
Horacio Quiroga en las publicaciones periódicas
Muchísimos textos escritos por Horacio Quiroga fueron publicados en revistas antes de ser compilados en libros. Los críticos suelen reconocer que esta práctica de escritura fue clave en la profesionalización del escritor e, incluso, consideran que constituyó un exigente campo de formación. Los desafíos que desde 1905 le imponían las colaboraciones para la revista Caras y Caretas, en particular, son considerados como un arduo fogueo en narrativa breve, idea que se sustenta en algunas expresiones que el propio Quiroga compartió en «La crisis del cuento nacional» (La Nación, 11 de marzo de 1928):
… Luis Pardo, entonces jefe de redacción de Caras y Caretas,
fue quien exigió el cuento breve hasta un grado inaudito de severidad. El
cuento no debía pasar entonces de una página, incluyendo la ilustración
correspondiente. Todo lo que quedaba al cuentista para caracterizar a sus
personajes, colocarlos en ambiente, arrancar al lector de su desgano habitual,
interesarlo, impresionarlo y sacudirlo, era una sola y estrecha página. (…) Tal
disciplina, impuesta aun a los artículos, inflexible y brutal, fue sin embargo
utilísima para los escritores noveles, siempre propensos a diluir la frase por
inexperiencia y por cobardía; y para los cuentistas, obvio es decirlo, fue
aquello una piedra de toque, que no todos pudieron resistir.
Los relatos
escritos por Quiroga para un público específicamente infantil no escapan a esta
lógica. Durante todo el 2018 celebramos los cien años de la primera publicación
del famoso libro Cuentos de la selva.
Sin embargo, como explica Antonio Orlando Rodríguez en el anexo incluido en la
edición conmemorativa preparada oportunamente por la editorial Loqueleo:
… aunque Horacio Quiroga publicó Cuentos
de la selva en 1918, los ocho relatos que conforman este libro habían sido
difundidos anteriormente en las páginas de populares semanarios y revistas de
Buenos Aires. Por ejemplo, durante 1916 aparecieron en Fray Mocho cuatro de ellos: «La tortuga gigante», «Las medias de
los flamencos», «La jirafa ciega» y «Los cocodrilos y la guerra» (estos dos
últimos, en su versión definitiva, pasaron a llamarse «La gama ciega» y «La
guerra de los yacarés»). En 1917 vieron la luz «Historia de dos cachorros de
coatí y de dos cachorros de hombre», «El paso del Yabebirí» y «El loro pelado»,
en las revistas PBT, El Hogar y Fray Mocho, respectivamente. Por último, «La abeja haragana» salió
en Caras y Caretas.
La serie publicada
por Quiroga en la revista Billiken
Cuentos de la selva constituye el hito más reconocido y perdurable
de Quiroga en el campo de la literatura para niños; sin embargo, existen otros
materiales que el escritor produjo pensando en el público infantil. En 1924,
por ejemplo, publicó en la revista Billiken
una serie de relatos semanales a los que llamó «El hombre frente a las fieras»
(aunque, con cierta inconsecuencia, algunos fueron publicados como «El hombre
frente a los animales salvajes»), donde retoma y redefine un proyecto que había
iniciado dos años atrás en Caras y
Caretas.
Esta serie escrita
para la revista Billiken está
integrada por un texto preliminar que presenta el marco narrativo general del
proyecto y una sucesión de cartas en las que un cazador, que se hace llamar con
el seudónimo Dum-Dum, narra las peripecias vividas a sus hijos. Este material
fue compilado y editado en formato libro de manera póstuma bajo el título Cartas de un cazador, con prólogo de
Mercedes Ramírez de Rossiello. En el año 2000, Fondo de Cultura Económica puso
en circulación otra publicación que puede consultarse en la Biblioteca Digital del Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa, de donde provienen los fragmentos que podrán leer a continuación.
Las cartas de Dum-Dum
El libro Cartas de un cazador abre como la serie,
con «El hombre frente a las fieras» (21 de enero de 1924). Este texto cubre
varias funciones. En primer lugar, instala el marco narrativo que contendrá las
epístolas. Se trata de un padre que escribe una sucesión de cartas para sus
hijos en las que cuenta las peripecias de su trabajo como cazador. Varios
críticos (entre ellos Emir Rodríguez Monegal en el «Prólogo» a Cuentos, de la colección Ayacucho; y
Alejandro Ferrari en el «Estudio preliminar» a una reciente edición uruguaya de
Cuentos de la selva) sostienen que
los destinatarios ficcionales de las cartas son los hermanos del cazador, una
estructura inverosímil y complicada que Quiroga había ensayado en 1922, pero
que con excelente olfato narrativo modificó a la hora de retomar la serie en Billiken. Existen marcas textuales muy
concretas en el texto inaugural que muestran el cambio en el esquema
enunciativo introducido por Quiroga:
Lo que primero notará el lector de estas historias son las expresiones
muy familiares a su oído, que usa en sus relatos el cazador. Pero esto se debe
a que estas historias fueron contadas por cartas a unas tiernas criaturas, por
su mismo padre, quien las escribió así a fin de ser perfectamente comprendido.
Tal como los envió a sus hijos van, pues, estos relatos, donde no faltan
aventuras terribles, como aquella en que el hombre enloquecido de pavor fue
perseguido durante dos horas mortales por una inmensa serpiente de la India; ni
faltan aventuras chistosísimas, como las que se desarrollaron durante una noche
y un día enteros, persiguiendo a un tatú carreta de un metro de largo, en los
pajonales de Formosa.
También es
posible constatar el cambio mencionado en la carta «Cacería del hombre por las
hormigas» (10 de marzo de 1924), cuyas primeras líneas dicen:
CHIQUITOS: Si yo no fuera su padre, les apostaría 20 centavos a que no
adivinan de dónde les escribo. ¿Acostado de fiebre en la carpa? ¿Sobre la
barriga de un tapir muerto? Nada de esto. Les escribo acurrucado sobre las
cenizas de una gran fogata, muerto de frío... y desnudo como una criatura recién
nacida.
En segundo
lugar, «El hombre frente a las fieras» cumple exitosamente la intención de
captar la curiosidad de los lectores mediante la anticipación parcial de
elementos que generan intriga y suspenso. Se trata de un mecanismo propio de
los escritos por entrega que apunta a comprometer al lector con el seguimiento
de la serie. Además, el texto ofrece algunas pistas sobre las concepciones nada
pueriles que Quiroga tenía con respecto a los niños como lectores y a la
escritura para un público infantil:
Nosotros, que hemos devorado una por una estas cartas, sabemos lo que
espera al niño que lee por sí solo
estos relatos de caza. Y si hacemos esta advertencia es porque casi nunca el
lenguaje de las historias para niños se adapta el escaso conocimiento del
idioma que aún tienen ellos.
Es menester que las personas mayores les lean los cuentos, explicándoles
paso a paso las palabras y expresiones que los niños de 14 años conocen ya,
pero que los niños de seis a 10 ignoran todavía.
Quien escribió estas cartas fue un padre; y las escribió a sus dos
hijitos, en el mismo lenguaje y en el mismo estilo que si hablara directamente
con ellos. Si nos equivocamos al pretender llegar hasta ellos sin intermediario, paciencia; si no, nos
felicitaremos vivamente de haberlo intentado con éxito.
Luego del
texto inaugural, comienzan las cartas: «Caza del tigre», «La caza del tatú
carreta», «Cacería del yacaré», «Cacería de la víbora de cascabel», «Cacería
del hombre por las hormigas», «Los bebedores de sangre», «Los cachorros del
aguará-guazú», «El cóndor», «Cacería del zorrino». Al final, el libro incluye dos
textos de la precuela escrita en 1922 para la revista Caras y Caretas: «Cartas de un cazador» y «Para los niños», que
permiten leer los cambios introducidos en el proyecto narrativo.
Los relatos
recogidos en Cartas de un cazador
evidencian la típica hibridez genérica que caracteriza la producción final de
Quiroga. A medida que avanzamos en la lectura vamos moviéndonos por las aguas
del epistolario, de la narración ficcional, del testimonio y del texto
informativo, sin poder filtrarlas con absoluta certeza. Pertenecen al conjunto de los cuentos
montaraces, en especial, al subgrupo de cuentos de cacería, en los que la
frontera entre quién es el cazador y quién es la víctima está siempre en
tensión.
Mucha agua
ha pasado debajo del puente desde que Quiroga escribió la serie que conforma
este libro. Así como la idea de mantener animales encerrados en un zoológico tiende
a volverse obsoleta, la figura del cazador del monte puede resultarnos un tanto
lejana, controvertida y poco simpática, tal vez. Algunas de las prácticas
mencionadas en las cartas de Dum-Dum son actualmente punibles, y la
sensibilidad puede chocar contra la crudeza calculada que Quiroga usó para
intensificar algunas escenas. ¿Es eso motivo para no leerlas? Porque entonces
quedarían fuera de juego aquellos clásicos que tratan sobre la esclavitud, por
ejemplo; o los policiales, llenos de armas letales ¡y de crímenes!; o los de
vampiros, por chupasangres. Pese a la incomodidad que puedan generar, estos
relatos de Quiroga todavía conservan la eficacia narrativa y la frescura del
lenguaje. Dentro de poco tiempo cumplirán un siglo. ¿Qué harán las editoriales,
entusiastas por los números redondos, a la hora de evaluar un posible homenaje?
¿Harán ediciones LIJ o considerarán que es más seguro dejarlos habitar en los
márgenes literarios que ocupan?
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