martes, 15 de mayo de 2018

Cuentos cansados

Esta semana terminó en Buenos Aires la Feria Internacional del Libro 2018, que tuvo a Montevideo como Ciudad Invitada de Honor. Posiblemente hayan visto circular por las redes numerosas imágenes de libros, editores, escritores, ilustradores, traductores y eventos diversos; imágenes que celebran la posibilidad inmediata y vertiginosa del encuentro. Sin embargo, en esta entrada quisiera cambiar el ritmo, desacelerar el paso y compartir la emoción diferida de un acontecimiento de lectura. Es que, con exquisito sentido de la oportunidad, Pequeño Editor incorporó al terreno de la literatura publicada para chicos al montevideano Mario Levrero.







Quien haya leído algo de Mario Levrero (1940-2004) intuye que Levrero no encaja. Quiero decir, que su escritura se corre, tranquila y sin escándalo, del lugar en el que las expectativas ajenas quisieran acomodarla. En Cuentos cansados, por suerte, esa inestabilidad se mantiene. Una situación cotidiana, apacible e íntima como la hora del cuento desborda hacia zonas inesperadas. Levrero no pregona con megáfono sus transgresiones, nada más las concreta y, con ese gesto humilde y juguetón, deja al lector con la sensación de haber asistido a una pequeña revolución literaria. Si no, vean cuántos elementos se desacomodan en este libro.


Desplazamiento 1: como Sherezade en Las mil y una noches, pero no


Desde el principio reconocemos la estructura del relato enmarcado pero, a diferencia del «caso  Sherezade», este narrador extenuado cuenta un poco a desgano ante las exigencias de un niño insaciable. Además, la dinámica acumulativa no se resuelve, no lleva a un final específico que permita cerrar el relato marco, sino que simplemente queda en suspenso, porque el pedido de «otro cuento más» se adivina como potencialmente interminable.

Y sin embargo, hay algo más que los relatos dentro del relato… Tenemos dos personajes: el narrador, identificado con un «yo», y el niño llamado «Nicolás». El lector accede sin preámbulos ni presentaciones al diálogo entre ambos. Si miramos con atención, esta disposición se vuelve ambigua porque hace que los personajes se inscriban en el texto como si fueran actores de un guion, por lo que el libro de cuentos también puede ser leído como una obra dramática.

Si a esta última observación le sumamos que hay una serie de elementos textuales incluidos entre paréntesis «(bostezo)», «(ronquidos)», «(respiración pesada)» que tienen la potencialidad de funcionar como didascalias, no es descabellado preguntase: ¿es un libro de cuentos?, ¿es un guion?


Desplazamiento 2: de lo contado al contar


El efecto humorístico general se activa gracias a una inversión lúdica de las jerarquías, al estilo Rabelais, en la que el niño al que le cuentan los cuentos no duerme y demanda más, mientras que el adulto es quien, aparentemente, se va quedando dormido. En esta puesta en escena del acto narrativo, lo que se cuenta importa menos que el acto mismo de contar, importa menos que la voz del narrador y el vínculo que se construye en el intercambio. 

Podemos leer Cuentos cansados como la historia de un narrador agotado que, en girones y casi a caballo del trabajo onírico, logra hilvanar breves historias disparatadas, cuyos protagonistas satisfacen el postergado deseo de dormir (creo que esta es, en gran parte, la lectura que disparó en Diego Bianki la bellísima serie de ilustraciones).

Sin embargo, y disculpen la irreverencia, también podemos desconfiar de este narrador y considerar que actúa un poco su cansancio. En este caso, la dinámica entre el adulto exhausto y su opuesto, el interlocutor incansable, puede ser vista como un juego cómplice en el que se va construyendo una «pragmática del narrador cansado»: ¿cómo contar un cuento cuando se está cansado?, ¿y cuando se está muy pero muy cansado?, ¿y cuando se está realmente muy cansado?  

Si seguimos la idea, podemos incluso identificar una serie de recursos utilizados en esta pragmática del acto de contar cuentos cansados: la acumulación  básica mediante el uso reiterado del polisíndeton; la intensificación mediante repetición; la hipérbole, y la creciente fragmentación del discurso, que deja a la narración al borde de la desintegración.


Desplazamiento 3: entre el sueño y el «yo»


El acto más o menos fingido de contar a contrapelo del propio agotamiento se moviliza con la lógica de la improvisación oral e involucra una imaginación repentista que asocia imágenes como si del recuerdo de un sueño se tratara.

Según sostiene Helena Corbellini en «Trilogía luminosa de Mario Levrero», la obra del montevideano puede dividirse básicamente en dos: una primera parte caracterizada por el trabajo deliberado con lo onírico; y una segunda, que tiende a lo que se conoce como «literatura del “yo”».   Cuentos cansados, diario impreciso e inconcluso de relatos para dormir, parece oscilar entre ambas escrituras, especialmente si decidimos incorporar en nuestra lectura la conexión con lo autobiográfico; me refiero al hecho de que Levrero escribiera este material para su hijo, Nicolás Varlotta.


Por eso: en Levrero, un cuentito desganado de buenas noches puede disparar la literatura a la estratósfera.





Las ilustraciones



Bianki hizo público el proceso de ilustración de Cuentos cansados. Al respecto, pueden encontrar más datos en la nota «Obra en construcción. Cómo crear un mundo de imágenes», escrita por Natalia Blanc para el diario La Nación. También pueden asomarse a la cocina creativa del ilustrador a través de un video disponible en YouTube. Por razones de compatibilidad, solo puedo compartir acá una versión abreviada y editada del mismo. 








Montevideo, Ciudad Invitada de Honor 2018


Ficha técnica


Título: Cuentos cansados
Autor de los textos: Mario Levrero
Ilustraciones: Diego Bianki
Editorial: Pequeño Editor
Lugar: Buenos Aires
Año: 2018


Fuentes mencionadas en esta entrada


Corbellini, Helena; «Trilogía luminosa de Mario Levrero», en Revista de la Biblioteca Nacional, Biblioteca Nacional de Uruguay, Año 3, N.° 4-5, 2011.

Blanc, Natalia; «Obra en construcción. Cómo crear un mundo de imágenes», La Nación, 18/6/2017.

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