Quien haya
leído algo de Mario Levrero (1940-2004) intuye que Levrero no encaja. Quiero
decir, que su escritura se corre, tranquila y sin escándalo, del lugar en el
que las expectativas ajenas quisieran acomodarla. En Cuentos cansados, por suerte, esa inestabilidad se mantiene. Una
situación cotidiana, apacible e íntima como la hora del cuento desborda hacia
zonas inesperadas. Levrero no pregona con megáfono sus transgresiones, nada más
las concreta y, con ese gesto humilde y juguetón, deja al lector con la
sensación de haber asistido a una pequeña revolución literaria. Si no, vean
cuántos elementos se desacomodan en este libro.
Desplazamiento 1: como Sherezade en Las mil y una noches, pero no
Desde el
principio reconocemos la estructura del relato enmarcado pero, a diferencia del
«caso Sherezade», este narrador extenuado
cuenta un poco a desgano ante las exigencias de un niño insaciable. Además, la dinámica
acumulativa no se resuelve, no lleva a un final específico que permita cerrar
el relato marco, sino que simplemente queda en suspenso, porque el pedido de «otro
cuento más» se adivina como potencialmente interminable.
Y sin
embargo, hay algo más que los relatos dentro del relato… Tenemos dos personajes:
el narrador, identificado con un «yo», y el niño llamado «Nicolás». El lector
accede sin preámbulos ni presentaciones al diálogo entre ambos. Si miramos con
atención, esta disposición se vuelve ambigua porque hace que los personajes se
inscriban en el texto como si fueran actores de un guion, por lo que el libro
de cuentos también puede ser leído como una obra dramática.
Si a esta última observación le sumamos que hay una serie de elementos textuales incluidos entre
paréntesis «(bostezo)», «(ronquidos)», «(respiración pesada)» que tienen la
potencialidad de funcionar como didascalias, no es descabellado preguntase: ¿es
un libro de cuentos?, ¿es un guion?
Desplazamiento 2: de lo contado al contar
El efecto humorístico general se activa gracias a una inversión lúdica de las jerarquías, al estilo Rabelais, en la que el niño al que le cuentan los cuentos no duerme y demanda más, mientras que el adulto es quien, aparentemente, se va quedando dormido. En esta
puesta en escena del acto narrativo, lo que se cuenta importa menos que el acto
mismo de contar, importa menos que la voz del narrador y el vínculo que se
construye en el intercambio.
Podemos
leer Cuentos cansados como la
historia de un narrador agotado que, en girones y casi a caballo del trabajo onírico, logra hilvanar breves
historias disparatadas, cuyos protagonistas satisfacen el postergado deseo de dormir (creo que esta es, en gran parte, la lectura que disparó en Diego Bianki la bellísima serie de
ilustraciones).
Sin
embargo, y disculpen la irreverencia, también podemos desconfiar de este
narrador y considerar que actúa un poco su cansancio. En este caso, la dinámica entre
el adulto exhausto y su opuesto, el interlocutor incansable, puede ser vista
como un juego cómplice en el que se va construyendo una «pragmática del
narrador cansado»: ¿cómo contar un cuento cuando se está cansado?, ¿y cuando se
está muy pero muy cansado?, ¿y cuando se está realmente muy cansado?
Si seguimos la idea, podemos incluso identificar una serie
de recursos utilizados en esta pragmática del acto de contar cuentos cansados: la acumulación
básica mediante el uso reiterado del
polisíndeton; la intensificación mediante repetición; la hipérbole, y la creciente
fragmentación del discurso, que deja a la narración al borde de la desintegración.
Desplazamiento 3: entre el sueño y el «yo»
El acto más
o menos fingido de contar a contrapelo del propio agotamiento se moviliza con
la lógica de la improvisación oral e involucra una imaginación repentista que
asocia imágenes como si del recuerdo de un sueño se tratara.
Según
sostiene Helena Corbellini en «Trilogía luminosa de Mario Levrero», la obra del montevideano puede dividirse básicamente en dos: una
primera parte caracterizada por el trabajo deliberado con lo onírico; y una
segunda, que tiende a lo que se conoce como «literatura del “yo”». Cuentos cansados, diario impreciso e
inconcluso de relatos para dormir, parece oscilar entre ambas escrituras,
especialmente si decidimos incorporar en nuestra lectura la conexión con lo
autobiográfico; me refiero al hecho de que Levrero escribiera este material para su hijo, Nicolás Varlotta.
Por eso: en
Levrero, un cuentito desganado de buenas noches puede disparar la literatura a la estratósfera.
Las ilustraciones
Bianki hizo público el proceso de ilustración de Cuentos cansados. Al respecto, pueden encontrar más datos en la nota «Obra en construcción. Cómo crear un mundo de imágenes», escrita por Natalia Blanc para el diario La Nación. También pueden asomarse a la cocina creativa del ilustrador a través de un video disponible en YouTube. Por razones de compatibilidad, solo puedo compartir acá una versión abreviada y editada del mismo.
Montevideo, Ciudad Invitada de Honor 2018 |
Ficha técnica
Título: Cuentos cansados
Autor de los textos: Mario Levrero
Ilustraciones: Diego Bianki
Editorial: Pequeño Editor
Lugar: Buenos Aires
Año: 2018
Fuentes mencionadas en esta entrada
Corbellini, Helena; «Trilogía luminosa de Mario Levrero», en Revista de la Biblioteca Nacional, Biblioteca Nacional de Uruguay, Año 3, N.° 4-5, 2011.
Blanc, Natalia; «Obra en construcción. Cómo crear un mundo de imágenes», La Nación, 18/6/2017.
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