Belisario y el violín
llegó a este blog por causa de una escena de lectura que observé en el Club del
Libro que funciona en La Nube. Sentado sobre almohadones, cerca de la estufa,
un niño de dos años y nueve meses escuchaba a su madre leer en voz alta. La
lectura me generaba dudas sobre el tipo de material que compartían: por
momentos se escuchaba narrativo; por momentos, algo lo excedía y se volvía
poético. Considero que tal intriga requiere una indagación, de modo que
propongo que tomemos el libro seleccionado por el pequeño socio del Club de
Lectores como material de análisis.
Es posible pensar que en el cuento Belisario y el violín, María Cristina Ramos pone el énfasis en lo
sonoro, no solo en el aspecto temático, sino también en la materialidad de la
lengua. En adelante intentaré rastrear las marcas textuales que permiten
sostener esta propuesta de lectura.
En principio, el narrador se separa de la doxa, del «dicen
que dicen»,
para destacar la singularidad del protagonista: si la voz popular afirma que a
todos los gusanos les gusta pasear, a este ―como bien sabe el narrador― le
gusta la música. Puesto que no es grillo ni cigarra ni pájaro, el personaje
está construido mediante una asociación insólita que refuerza la importancia que
el elemento sonoro tiene para la historia.
Belisario, el gusano violinista, descubre el amor por la música cuando
escucha a su vecina cantar «un canto estiradito». Esta fórmula que metaforiza
los rasgos de la enunciación hará sistema a lo largo de la historia con otras
fórmulas similares. La desaparición del violín frustra su propósito de
acompañarla en el canto ―frustra la pareja, digamos― y desata la aventura.
En busca del instrumento musical perdido, Belisario interactúa con
otros personajes que lo orientan. Los diálogos con la Mariposa y el Escarabajo
incorporan, apenas disimulados, dísticos rimados, un recurso que nuevamente nos
orienta hacia el plano sonoro de la lengua.
«―Mariposa que sabes volar,
¿no has visto mi violín pasar?».
«―Buen día, Escarabajo ―dijo Belisario―. ¿No ha visto a mi violín por
aquí abajo?».
Belisario canta dos estrofas que evocan el objeto perdido y su sonido;
la ausencia se materializa en el silencio que precede a la tristeza, una escena
a doble página digna de la simpatía universal que profesaban los antiguos estoicos
griegos.
A su tercera ayudante, la abeja Florinda, le explica los motivos de su
tristeza con «voz de lágrima». Pero la espera culmina cuando un rumor de alas
le anuncia buenas noticias y la inminente resolución de la búsqueda. Con el
violín en brazos, Belisario le acaricia las cuerdas y le dice «palabras
redonditas». Las condiciones para el dúo están dadas y el cuento cierra a toda
música, mientas la ayudante Florinda «sigue hacia su colmena, y un poco canta y
un poco vuela».
Para concluir esta breve reseña, podríamos sostener que poesía,
diálogos y narración incluyen un trabajo de aliteraciones sonoras. Si, por un
lado, la poesía no es solamente verso rimado; por otro, la rima no solo es un recurso de la poesía,
sino un juego que nos hace reflexionar sobre la materialidad de las palabras,
rasgo que María Cristina Ramos refuerza plásticamente con la metaforización de
los modos enunciativos.