martes, 5 de julio de 2016

La materialidad sonora de la lengua en Belisario y el violín



Belisario y el violín llegó a este blog por causa de una escena de lectura que observé en el Club del Libro que funciona en La Nube. Sentado sobre almohadones, cerca de la estufa, un niño de dos años y nueve meses escuchaba a su madre leer en voz alta. La lectura me generaba dudas sobre el tipo de material que compartían: por momentos se escuchaba narrativo; por momentos, algo lo excedía y se volvía poético. Considero que tal intriga requiere una indagación, de modo que propongo que tomemos el libro seleccionado por el pequeño socio del Club de Lectores como material de análisis.

Es posible pensar que en el cuento Belisario y el violín, María Cristina Ramos pone el énfasis en lo sonoro, no solo en el aspecto temático, sino también en la materialidad de la lengua. En adelante intentaré rastrear las marcas textuales que permiten sostener esta propuesta de lectura.

En principio, el narrador se separa de la doxa, del «dicen que dicen», para destacar la singularidad del protagonista: si la voz popular afirma que a todos los gusanos les gusta pasear, a este ―como bien sabe el narrador― le gusta la música. Puesto que no es grillo ni cigarra ni pájaro, el personaje está construido mediante una asociación insólita que refuerza la importancia que el elemento sonoro tiene para la historia.

Belisario, el gusano violinista, descubre el amor por la música cuando escucha a su vecina cantar «un canto estiradito». Esta fórmula que metaforiza los rasgos de la enunciación hará sistema a lo largo de la historia con otras fórmulas similares. La desaparición del violín frustra su propósito de acompañarla en el canto ―frustra la pareja, digamos― y desata la aventura.

En busca del instrumento musical perdido, Belisario interactúa con otros personajes que lo orientan. Los diálogos con la Mariposa y el Escarabajo incorporan, apenas disimulados, dísticos rimados, un recurso que nuevamente nos orienta hacia el plano sonoro de la lengua.

      «―Mariposa que sabes volar,
      ¿no has visto mi violín pasar?».
      «―Buen día, Escarabajo ―dijo Belisario―. ¿No ha visto a mi violín por aquí abajo?».

Belisario canta dos estrofas que evocan el objeto perdido y su sonido; la ausencia se materializa en el silencio que precede a la tristeza, una escena a doble página digna de la simpatía universal que profesaban los antiguos estoicos griegos.

A su tercera ayudante, la abeja Florinda, le explica los motivos de su tristeza con «voz de lágrima». Pero la espera culmina cuando un rumor de alas le anuncia buenas noticias y la inminente resolución de la búsqueda. Con el violín en brazos, Belisario le acaricia las cuerdas y le dice «palabras redonditas». Las condiciones para el dúo están dadas y el cuento cierra a toda música, mientas la ayudante Florinda «sigue hacia su colmena, y un poco canta y un poco vuela».

Para concluir esta breve reseña, podríamos sostener que poesía, diálogos y narración incluyen un trabajo de aliteraciones sonoras. Si, por un lado, la poesía no es solamente verso rimado; por otro,  la rima no solo es un recurso de la poesía, sino un juego que nos hace reflexionar sobre la materialidad de las palabras, rasgo que María Cristina Ramos refuerza plásticamente con la metaforización de los modos enunciativos.