Como anticipé en la entrada anterior («Los muy mayores, narrativa I»), en este abril nos dedicaremos a compartir libros que no se achican ante la vejez. Los invito a recorrer La casa de los cubos.
A los argentinos, el título nos remite a un hito muy
significativo en la historia de la literatura para niños. Me refiero a La torre de los cubos, de Laura Devetach, un libro publicado en la década del 60 que integró la lista de los materiales prohibidos
por la última dictadura militar. En la creación de
Devetach, la torre de cubos remite al libro en sí mismo: una selección de
cuentos reunidos como piezas de un juego que el lector armará y desarmará. Pero
«La
torre de los cubos» es también el título de uno de los cuentos. En el mismo, la
torre representa el espacio de la fantasía y de los deseos infantiles; un
territorio que Irene, la protagonista, explora estimulada por la complicidad de
un viejo vendedor.
En el caso del libro de Kato e Hirata, el personaje central es
un hombre viejo, y las preguntas son otras. ¿Qué pasaría si la torre de cubos fuera,
en realidad, una casa de cubos? ¿Por qué alguien construiría algo con esa forma?
¿En qué se parecen una casa y un cuerpo? ¿Pueden envejecer juntos? La casa de los cubos es una narración
transmigrada. Quiero decir, nació como corto animado y luego se trasladó al
papel. Veamos el multipremiado video –que, entre otros, ganó el Oscar 2009–, para
después pensar sobre los efectos de la metamorfosis editorial.
El pasaje del lenguaje audiovisual mudo al libro escrito
altera la indeterminación que lo no dicho le aportaba a la historia. En
particular, la escritura transforma al «hombre viejo» que se muestra en la película en
«el
abuelo».
Este sutil desplazamiento ancla el sentido en otro sustrato narrativo, puesto
que de entrada el personaje queda investido en una calidez vincular remarcada
por los tonos amarillentos de la ilustración. Así, la soledad deja de ser tan
rotunda y angustiante como mostraba el corto. En el libro las ausencias se
nombran y se explican, los recuerdos cimientan el proyecto vital y el buzón
flotante de la entrada de la casa indica que el contacto con los hijos que
viven lejos se mantiene. A diferencia del corto, el libro parece sugerirnos que
el abuelo no está solo en el mundo ni padece la soledad como aislamiento, sino
que elige seguir viviendo allí donde su historia personal hace sentido.
El juego como metáfora
Un juego típicamente infantil como el de la torre de cubos
se transforma en metáfora de un trayecto de vida que progresivamente se angosta
y se eleva, en otras palabras, de un espacio vital cada vez más limitado y más
próximo al cielo. En fin, en metáfora del envejecimiento. Pero la tensión
dramática que tiene la historia surge cuando el juego de acumulación se cruza
con otros dos juegos: el de lo visible/oculto y el de la construcción/destrucción.
Un incidente fortuito (la pérdida de la pipa en el corto y
de las herramientas en el libro) compele al viejo a mirar hacia abajo, lo que
en esta historia equivale a mirar hacia el pasado. El personaje se sumerge en
los recuerdos, bucea en el océano de la memoria y gracias a ese descenso
conocemos la historia de vida que sostiene el presente del personaje. Sentado con su traje de
buzo en el fondo del mar, el abuelo logra una visión panorámica y reconciliada
con la vida que construyó.
La casa de los cubos habla sobre una vejez potente que acepta
los cambios y las pérdidas, al tiempo que transforma las limitaciones en
nuevas posibilidades. Es una invitación
a seguir jugando mientras el tiempo fluya, incontenible como el agua.
Ficha
Título: La casa de los
cubos
Autores: Kenya Hirata y Kunio Kato
Traducción: Mónica Kogiso
Lugar: Buenos Aires
Editorial: Adriana Hidalgo Editora (Pípala)
Año: 2011Entradas relacionadas
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