jueves, 22 de agosto de 2019

Clarice Lispector II



En la entrada anterior hicimos un paneo general sobre los materiales de la autora brasileña que se orientan a un público infantil. Imaginemos que vamos acercando el zoom: ¿podemos distinguir algunos rasgos significativos? ¿Cómo sería el mapa, siempre provisorio, armado a partir de esas características? Acá pongo a disposición unas primeras notas de lectura.





Voy a dejar en suspenso el libro informativo sobre Clarice Lispector editado por Chirimbote, para concentrarme en los textos literarios de la autora. Recordemos: por un lado, encontramos libros que Lispector escribió deliberadamente para chicos (El misterio del conejo que sabía pensar, La vida íntima de Laura, Casi de verdad y ¿Cómo nacieron las estrellas?); por el otro, está Un ser llamado Regina, texto que ingresa al mundo LIJ gracias al trabajo de mediación realizado por los editores de Ojoreja/Pehuén.

Esta manera tentativa de dividir los materiales literarios en dos zonas resulta útil porque se corresponde con un cambio rotundo del esquema enunciativo. En sus libros para chicos, Lispector mantiene una ilusión de oralidad muy acentuada que le permite al narrador interpelar constantemente a quien lee mediante comentarios y preguntas. Lispector crea una escena dialógica en la que el acto de narrar parece actual e íntimo. Esta peculiar estrategia de proximidad con el lector se desarticula en Un ser llamado Regina, donde el narrador se distancia mediante el uso de la tercera persona.


Podríamos agregar que la marca de oralidad presente en los libros que Lispector escribió para chicos marida eficazmente con una espontaneidad simulada. ¿Dónde se evidencia esta última característica? En la estructura acumulativa. De manera recurrente, cada vez que creemos presentir el fin del relato, quien narra se desvía y crea una nueva excusa para seguir contando. Así, la disciplinada lógica «tensión/distensión» se enreda en un bucle narrativo imprevisible… Como si la compulsión por contar fuera más importante que la unidad de lo narrado.

Mientras ese desborde juguetón acontece, la voz va adquiriendo distintas modulaciones: entretiene, aconseja, interpela, instruye y, para mi sorpresa, a veces moraliza. A esta altura, me surgen dos preguntas: ¿hasta qué punto los libros que Lispector escribió para niños sostienen una idea pedagogizante de la infancia? ¿Cómo cambia el concepto de infancia en el libro recientemente editado por Ojoreja/Pehuén? Ustedes dirán.


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