miércoles, 27 de febrero de 2019

Horacio Quiroga: ríos que suenan


A principios de febrero visitamos la ciudad de Salto, Uruguay. La incluimos en el itinerario del viaje con el deseo de conocer la zona donde nació y creció Horacio Quiroga. A este motivo inicial se le sumó otro, inesperado y contingente: recorrer la represa de Salto, cuyas aguas liberadas habían generado la gran crecida que en ese momento afectaba toda la ribera del río Uruguay. Pocos días después de visitar Salto, empiezo a escuchar que viene sonando otro río con noticias sobre la crisis editorial que pone en riesgo la publicación de la casi centenaria revista Billiken, espacio en el cual Quiroga publicó una serie de relatos para niños. Esta entrada está destinada a navegar hacia esos textos menos conocidos del escritor salteño.



Horacio Quiroga en las publicaciones periódicas



Muchísimos textos escritos por Horacio Quiroga fueron publicados en revistas antes de ser compilados en libros. Los críticos suelen reconocer que esta práctica de escritura fue clave en la profesionalización del escritor e, incluso, consideran que constituyó un exigente campo de formación. Los desafíos que desde 1905 le imponían las colaboraciones para la revista Caras y Caretas, en particular, son considerados como un arduo fogueo en narrativa breve, idea que se sustenta en algunas expresiones que el propio Quiroga compartió en «La crisis del cuento nacional» (La Nación, 11 de marzo de 1928):

… Luis Pardo, entonces jefe de redacción de Caras y Caretas, fue quien exigió el cuento breve hasta un grado inaudito de severidad. El cuento no debía pasar entonces de una página, incluyendo la ilustración correspondiente. Todo lo que quedaba al cuentista para caracterizar a sus personajes, colocarlos en ambiente, arrancar al lector de su desgano habitual, interesarlo, impresionarlo y sacudirlo, era una sola y estrecha página. (…) Tal disciplina, impuesta aun a los artículos, inflexible y brutal, fue sin embargo utilísima para los escritores noveles, siempre propensos a diluir la frase por inexperiencia y por cobardía; y para los cuentistas, obvio es decirlo, fue aquello una piedra de toque, que no todos pudieron resistir.

Los relatos escritos por Quiroga para un público específicamente infantil no escapan a esta lógica. Durante todo el 2018 celebramos los cien años de la primera publicación del famoso libro Cuentos de la selva. Sin embargo, como explica Antonio Orlando Rodríguez en el anexo incluido en la edición conmemorativa preparada oportunamente por la editorial Loqueleo:

… aunque Horacio Quiroga publicó Cuentos de la selva en 1918, los ocho relatos que conforman este libro habían sido difundidos anteriormente en las páginas de populares semanarios y revistas de Buenos Aires. Por ejemplo, durante 1916 aparecieron en Fray Mocho cuatro de ellos: «La tortuga gigante», «Las medias de los flamencos», «La jirafa ciega» y «Los cocodrilos y la guerra» (estos dos últimos, en su versión definitiva, pasaron a llamarse «La gama ciega» y «La guerra de los yacarés»). En 1917 vieron la luz «Historia de dos cachorros de coatí y de dos cachorros de hombre», «El paso del Yabebirí» y «El loro pelado», en las revistas PBT, El Hogar y Fray Mocho, respectivamente. Por último, «La abeja haragana» salió en Caras y Caretas.


La serie publicada por Quiroga en la revista Billiken


Cuentos de la selva constituye el hito más reconocido y perdurable de Quiroga en el campo de la literatura para niños; sin embargo, existen otros materiales que el escritor produjo pensando en el público infantil. En 1924, por ejemplo, publicó en la revista Billiken una serie de relatos semanales a los que llamó «El hombre frente a las fieras» (aunque, con cierta inconsecuencia, algunos fueron publicados como «El hombre frente a los animales salvajes»), donde retoma y redefine un proyecto que había iniciado dos años atrás en Caras y Caretas.

Esta serie escrita para la revista Billiken está integrada por un texto preliminar que presenta el marco narrativo general del proyecto y una sucesión de cartas en las que un cazador, que se hace llamar con el seudónimo Dum-Dum, narra las peripecias vividas a sus hijos. Este material fue compilado y editado en formato libro de manera póstuma bajo el título Cartas de un cazador, con prólogo de Mercedes Ramírez de Rossiello. En el año 2000, Fondo de Cultura Económica puso en circulación otra publicación que puede consultarse en la Biblioteca Digital del Instituto Latinoamericano de la Comunicación Educativa, de donde provienen los fragmentos que podrán leer a continuación.


Las cartas de Dum-Dum


El libro Cartas de un cazador abre como la serie, con «El hombre frente a las fieras» (21 de enero de 1924). Este texto cubre varias funciones. En primer lugar, instala el marco narrativo que contendrá las epístolas. Se trata de un padre que escribe una sucesión de cartas para sus hijos en las que cuenta las peripecias de su trabajo como cazador. Varios críticos (entre ellos Emir Rodríguez Monegal en el «Prólogo» a Cuentos, de la colección Ayacucho; y Alejandro Ferrari en el «Estudio preliminar» a una reciente edición uruguaya de Cuentos de la selva) sostienen que los destinatarios ficcionales de las cartas son los hermanos del cazador, una estructura inverosímil y complicada que Quiroga había ensayado en 1922, pero que con excelente olfato narrativo modificó a la hora de retomar la serie en Billiken. Existen marcas textuales muy concretas en el texto inaugural que muestran el cambio en el esquema enunciativo introducido por Quiroga:

Lo que primero notará el lector de estas historias son las expresiones muy familiares a su oído, que usa en sus relatos el cazador. Pero esto se debe a que estas historias fueron contadas por cartas a unas tiernas criaturas, por su mismo padre, quien las escribió así a fin de ser perfectamente comprendido.

Tal como los envió a sus hijos van, pues, estos relatos, donde no faltan aventuras terribles, como aquella en que el hombre enloquecido de pavor fue perseguido durante dos horas mortales por una inmensa serpiente de la India; ni faltan aventuras chistosísimas, como las que se desarrollaron durante una noche y un día enteros, persiguiendo a un tatú carreta de un metro de largo, en los pajonales de Formosa.

También es posible constatar el cambio mencionado en la carta «Cacería del hombre por las hormigas» (10 de marzo de 1924), cuyas primeras líneas dicen:

CHIQUITOS: Si yo no fuera su padre, les apostaría 20 centavos a que no adivinan de dónde les escribo. ¿Acostado de fiebre en la carpa? ¿Sobre la barriga de un tapir muerto? Nada de esto. Les escribo acurrucado sobre las cenizas de una gran fogata, muerto de frío... y desnudo como una criatura recién nacida.

En segundo lugar, «El hombre frente a las fieras» cumple exitosamente la intención de captar la curiosidad de los lectores mediante la anticipación parcial de elementos que generan intriga y suspenso. Se trata de un mecanismo propio de los escritos por entrega que apunta a comprometer al lector con el seguimiento de la serie. Además, el texto ofrece algunas pistas sobre las concepciones nada pueriles que Quiroga tenía con respecto a los niños como lectores y a la escritura para un público infantil:

Nosotros, que hemos devorado una por una estas cartas, sabemos lo que espera al niño que lee por sí solo estos relatos de caza. Y si hacemos esta advertencia es porque casi nunca el lenguaje de las historias para niños se adapta el escaso conocimiento del idioma que aún tienen ellos.

Es menester que las personas mayores les lean los cuentos, explicándoles paso a paso las palabras y expresiones que los niños de 14 años conocen ya, pero que los niños de seis a 10 ignoran todavía.

Quien escribió estas cartas fue un padre; y las escribió a sus dos hijitos, en el mismo lenguaje y en el mismo estilo que si hablara directamente con ellos. Si nos equivocamos al pretender llegar hasta ellos sin intermediario, paciencia; si no, nos felicitaremos vivamente de haberlo intentado con éxito.

Luego del texto inaugural, comienzan las cartas: «Caza del tigre», «La caza del tatú carreta», «Cacería del yacaré», «Cacería de la víbora de cascabel», «Cacería del hombre por las hormigas», «Los bebedores de sangre», «Los cachorros del aguará-guazú», «El cóndor», «Cacería del zorrino». Al final, el libro incluye dos textos de la precuela escrita en 1922 para la revista Caras y Caretas: «Cartas de un cazador» y «Para los niños», que permiten leer los cambios introducidos en el proyecto narrativo.

Los relatos recogidos en Cartas de un cazador evidencian la típica hibridez genérica que caracteriza la producción final de Quiroga. A medida que avanzamos en la lectura vamos moviéndonos por las aguas del epistolario, de la narración ficcional, del testimonio y del texto informativo, sin poder filtrarlas con absoluta certeza.  Pertenecen al conjunto de los cuentos montaraces, en especial, al subgrupo de cuentos de cacería, en los que la frontera entre quién es el cazador y quién es la víctima está siempre en tensión.

Mucha agua ha pasado debajo del puente desde que Quiroga escribió la serie que conforma este libro. Así como la idea de mantener animales encerrados en un zoológico tiende a volverse obsoleta, la figura del cazador del monte puede resultarnos un tanto lejana, controvertida y poco simpática, tal vez. Algunas de las prácticas mencionadas en las cartas de Dum-Dum son actualmente punibles, y la sensibilidad puede chocar contra la crudeza calculada que Quiroga usó para intensificar algunas escenas. ¿Es eso motivo para no leerlas? Porque entonces quedarían fuera de juego aquellos clásicos que tratan sobre la esclavitud, por ejemplo; o los policiales, llenos de armas letales ¡y de crímenes!; o los de vampiros, por chupasangres. Pese a la incomodidad que puedan generar, estos relatos de Quiroga todavía conservan la eficacia narrativa y la frescura del lenguaje. Dentro de poco tiempo cumplirán un siglo. ¿Qué harán las editoriales, entusiastas por los números redondos, a la hora de evaluar un posible homenaje? ¿Harán ediciones LIJ o considerarán que es más seguro dejarlos habitar en los márgenes literarios que ocupan?




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